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RUTINAS (HISTORIAS DE NIÑEZ)


En las noches frías, después de cenar, mis padres nos daban permiso para ver un rato la tele, algo habitual en todas las casas. Sólo existían dos canales, y el segundo si no recuerdo mal, no emitía por la noche. Nosotros nos poníamos el pijama y corríamos a la salita para tumbarnos sobre la alfombra, debajo de una mesa camilla con lámpara de calor, hasta que nos ardía el culo y teníamos que salir un rato. Mi hermano Carlos había nacido 6 años más tarde que yo, que era la pequeña. Los mayores teníamos edades parecidas… año, año y medio entre uno y otro. Así que, a Carlos, por pequeño, siempre le tocaba ir a la habitación, donde disfrutaba de su mundo particular. (Le recuerdo, pocos años después, siempre sentado en el suelo, haciendo estadísticas de todo… qué número del dado sale más a menudo, qué personaje de tebeo es el que más gusta…. Cualquier cosa cabía en sus estadísticas). El momento clave de la programación televisiva nocturna era la aparición en la pantalla de “los rombos”. Un rombo significaba que se podía ver el programa bajo supervisión adulta, dos, prohibición total para niños. La clasificación tenía que ver sobre todo con el nivel de “miedo”, y claro, ¿qué más emocionante que una película o un programa de terror? Mi padre se dormía enseguida en el sofá; nada más tumbarse ya oíamos sus ronquidos y procurábamos no hacer ruido, no fuera que se diera cuenta de la hora o de los dos rombos y nos mandara a la cama. Mi madre, trasnochadora, permanecía en la butaca, con las piernas cerca de nosotros bajo la mesa camilla y sus batas largas y elegantes sobre el camisón, haciendo punto o cosiendo, era una mujer preciosa, y casi siempre nos dejaba quedarnos. A ratos, mi padre abría un ojo y murmuraba …niños a la cama… pero se dormía de nuevo y no le hacíamos caso. Noches memorables con El increíble hombre menguante, las historias para no dormir de Chicho Ibáñez Serrador, el Conde Drácula o Frankenstein. Y yo me moría de miedo cuando me iba por fin a la cama; y mientras me cepillaba los dientes frente al espejo, me giraba continuamente, porque los vampiros no tienen reflejo ... Como mi madre se dormía muy tarde, y papá muy temprano, era él, el encargado de despertarnos por las mañanas, habitación de chicos, habitación de chicas. Mientras nos vestíamos preparaba el Nesquik, caliente, frío, muy achocolatado o poco, con azúcar o sin… a cada uno su variedad, después cogíamos los bocatas de la merienda y bajábamos a la calle. El coche siempre estaba cerca porque había aparcamiento por todas partes. Nada más salir de nuestra calle, en la Plaza de la Reina, había un guardia de tráfico con casco blanco, muy bien uniformado sobre un plinto, que casi siempre nos paraba. Era el momento en que mi padre aprovechaba para comprar el periódico al vendedor callejero. Después dejábamos a mis hermanos en La Salle vieja, que ocupaba el edificio donde ahora están los juzgados, y Manena y yo seguíamos ruta hasta el edificio nuevo de Madre Alberta, unas instalaciones inmensas en la zona rural de Son Rapinya. Pocos años después, La Salle se trasladó al solar vecino a Madre Alberta, convirtiéndose también en un macro colegio. Allí terminamos los cinco hermanos... juntos en La Salle. Y aquí comienzan otras historias que ya contaré otro día.


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